Capítulo 8: LA MEDICINA NATIVA Y MISIONERA


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           Los jesuitas llegaron al Perú a fines de marzo de 1568, siendo Provincial designado el padre Jerónimo Ruíz del Portillo. Una de las principales tareas que emprendieron fue la de atender a los indios en el Hospital de Santa Ana. En la Carta Anua de lo acontecido en 1568 el padre Diego de Bracamonte informa al Padre General en Roma Francisco de Borja que el Provincial de Lima reunía los miércoles a los mozos criollos, hijos de caballeros y conquistadores de veinte y más años, los que quitándose sus capas y espadas hacían las camas y servían a los indios en el Hospital de Santa Ana (Vargas Ugarte, 1963). Esta práctica de la medicina misionera y la prédica de que en cada enfermo se podía ver el rostro de Cristo sembró en muchos españoles y criollos el interés en agruparse en confraternidades o congregaciones de seglares para apoyar los hospitales. 


En el manuscrito del expediente de la Visita de fiscalización al Hospital de Santa Ana en Lima que duró desde principios de la última década del siglo XVI y se extendió por casi diez años se acredita que los jesuitas  cumplían tareas de importancia fiscalizando los hospitales de la capital, incluidas sus boticas. Santa Ana era el hospital para los indios, aunque en la práctica atendía también a los africanos esclavos. La Visita a este establecimiento por designación del virrey García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, la cumplió el sacerdote jesuita Esteban de Ávila con el cargo de Juez Comisario hasta por lo menos febrero de 1599.

El padre Esteban de Ávila llegó al Perú en 1578 con un grupo de religiosos de la orden. Ocupó una cátedra en la Universidad de San Marcos en reemplazo del conocido padre José de Acosta. De Ávila fue nombrado catedrático de la Universidad primero por el rector y años después por el Virrey. Falleció en 1601.  

 

En el manuscrito de la visita al hospital de Santa Ana se consigna que en julio de 1599 bajo el gobierno del virrey Luis de Velasco; otro jesuita, el padre Francisco de Vitoria, oficiaba de Juez Comisario de Santa Ana, en reemplazo del padre De Ávila por su avanzada edad. Se señala que el padre Vitoria era además Juez Comisario del  Hospital de San Andrés reservado para los españoles. Santa Ana y San Andrés eran en ese entonces los dos hospitales más importantes del virreinato del Perú.

 

La fiscalización de los establecimientos de salud a cargo de los jesuitas los familiarizó con sus graves problemas. Entre ellos: el desabastecimiento de la botica, negligencia del boticario, mal manejo de las chacras donde se cultivaban las hierbas medicinales y alimentos así como de los gallineros, capellanes que no sabían hablar el idioma de los indios, corrupción en la administración y en las cuentas, irregularidades en la contratación de personal, maltrato a los esclavos negros que laboraban en el establecimiento e incluso algunas muertes de esclavos en el hospital que la administración ocultó a la justicia. Al clérigo administrador del hospital de Santa Ana Gabriel Solano se le procesó por varias irregularidades entre ellas:

 

 -por haber algunos malos tratamientos a los negros y negras del dicho hospital se huyeron algunas veces de el

-por haber mandado a María negra del dicho hospital estando preñada cargase cierta tierra y adobes vino a mal parir y murió

-habiéndole dado noticia los negros del dicho hospital que un chacarero que había puesto que se decía Torres se emborrachaba de ordinario y andaba tras ellos cada día con la espada sacada y por no lo querer remediar sucedió que el dicho Torres matase a Pedro Longa negro que era el mejor negro que tenía el hospital

-cuando se iba a pasear se llevaba para que le acompañase el negro de la botica y cirugía. Lo que era en mucho daño de los enfermos porque viniendo el cirujano a curarlos le era forzoso esperar al dicho negro una o dos horas para que le diese recaudo para curar los enfermos.  

-sin causa ni razón alguna estando en la chacra del hospital él y…dieron tres o cuatro heridas a un negro del hospital llamado Pedro Chile de que llegó a punto de muerte

-debe a la botica treinta pesos que de ella le han dado de medicinas para la cura de un sobrino y sobrina y de su cuñado y no los ha pagado  

 

A Rodrigo Vargas, el boticario, se le atribuye:

 

-no ha dado aviso de las drogas que eran necesarias para la botica por lo cual han padecido los pobres enfermos mucha necesidad

-que algunas veces ha sido remiso en acudir con los medicamentos a los enfermos  

 

Todos estos asuntos que afectaban a los indígenas enfermos internados fueron investigados y denunciados ante el Virrey por los Jueces Comisarios de la Compañía de Jesús.

 

De otro lado, a fines del siglo XVI los jesuitas tenían su propia enfermería en el Colegio Máximo de San Pablo en la ciudad de los Reyes. En esta se habían invertido fuertes sumas de dinero como da cuenta Luis Martín en su obra La Conquista Intelectual del Perú.

 

La primera enfermería y botica jesuita en el virreinato del Perú se creó en la misión del pueblo de Juli frente al lago Titicaca, algunas décadas antes que la de Lima. Los jesuitas llegaron allí a fines del año 1576 y establecieron una Residencia. Fue fruto de la medicina misionera que practicó la Compañía de Jesús  entre la población indígena. Narra la Crónica Anónima de 1600 que en la misión de Juli hay un hospital con dos salas y camas suficientes con sus colchones, frazadas y pabellones donde se curan todos los indios enfermos del pueblo con particular cuidado y regalo y lo que en otras partes rehusan de ir al hospital , que llaman casa de muerte, aquí estando indispuestos vienen a rogar al padre que los admita y el salir se les hace de mal. Fue este uno de los lugares en que los jesuitas se familiarizaron con la farmacopea indígena.

 

Otro dato sobre la práctica de la medicina misionera por los jesuitas en el siglo XVI nos la proporciona Torres Saldamando: en 1586 un fuerte terremoto arruinó la ciudad de los Reyes, siguiéndose a él una horrible peste de viruela que diezmó a la población. En uno y otro caso, los jesuitas de  Lima se dedicaron a prestar auxilio a los enfermos.


Con estos antecedentes de fines del siglo XVI no es de extrañar que el  procurador Diego de Torres Bollo  tuviera por encargo principal de los jesuitas de la Provincia del Perú  traer a un enfermero y boticario experimentado cuando viajó a Roma a principios del siglo XVII. Esto explica que entre el grupo de religiosos que reclutó en Europa se encontrara el hermano Agustín Salumbrino.  Luis Martín señala que el viaje de Diego de Torres Bollo resultó decisivo para el desarrollo de la enfermería y la farmacia de San Pablo; sin embargo, nadie imaginó la trascendencia que tuvieron estos hechos para el descubrimiento y difusión de la quina en todo el mundo para la cura de la malaria.

   

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En la primavera aparecen los tordos y los picaflores en la ciudad de Lima. Sin embargo es la estación del año cuando a menudo la tierra tiembla. Pasado el mediodía del 24 de noviembre de 1604, a pocos días de llegar Salumbrino a la ciudad ocurrió un terremoto que causó grandes destrozos en toda la costa del Perú.

El jesuita Bernabé Cobo que narra el fenómeno telúrico de 1604 se encontraba entre los religiosos que recibieron a Torres Bollo, a Salumbrino y a los demás llegados al Colegio de San Pablo. Cobo era un joven de veintidós años de edad. Allí se encontraba también Antonio Vásquez, entonces de veintiséis años, quien fuera el artífice de la hagiografía de Agustin Salumbrino varias décadas después. Ambos habían sido compañeros en el Colegio de San Martín dirigido por los jesuitas ante de ingresar al Colegio de San Pablo. Salumbrino en cambio ya era un hombre mayor de cuarenta años. 

En el momento del sismo se encontraban reunidos en la iglesia; fue entonces que las paredes empezaron a menearse y a crujir el enmaderamiento del techo.

Bernabé Cobo, nacido en Andalucía vivía y estudiaba en el Colegio de San Pablo. Cobo había sido un joven aventurero que llegó a América en busca de El Dorado; luego de fracasar en ese intento en 1599 se embarcó en Panamá con destino al Perú. Según Torres Saldamando, en el viaje conoció al padre Esteban Paez quien llegaba como visitador de la Compañía de Jesús. Éste le prestó su protección y le consiguió una beca para estudiar en el Colegio Real de San Martín en Lima que dirigían los jesuitas. Las becas que se otorgaban se sufragaban con los ingresos del Colegio de la Compañía.


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Con los pliegos que trajo de Roma el padre Torres Bollo en 1604 se dispuso que el padre Esteban Paez, ascendiera al cargo de provincial de los jesuitas del Perú. Este fue el primer provincial bajo cuyas órdenes sirvió Agustín Salumbrino

El libro da cuenta que Salumbrino llegado al Colegio de la Compañía en Lima con su buena industria mejoró las cosas de  manera que formó una buena botica, que hasta entonces no habían tenido y plantó las hierbas necesarias para ella. Dispuso las oficinas para los enfermos. Se encargó de todos así de los religiosos como de los negros y criados que tenían en el Colegio a los cuales curaba y lavaba los pies y las manos y les hacía las camas. Y barría los aposentos y llevaba los vasos humildes y guisaba y daba la comida como si fueran las personas más graves y estimadas de la Religión o de la Ciudad, porque como dijimos miraba a Cristo en todos los enfermos. 

Conviene aquí hacer una breve relación de los acontecimientos significativos en la vida de Agustín Salumbrino en la ciudad de Lima así como de la famosa Botica que fundara antes que llegara a Lima la condesa de Chinchón en 1629. La haremos con relación a los períodos de gobierno de los distintos Provinciales de la Compañía de Jesús que gobernaron la Provincia Jesuita del Perú, tomando como fuente principalmente a Torres Saldamando.

En 1608 Esteban Paez fue reemplazado  por el padre Juan Sebastián de la Parra quién reforzó la presencia de los jesuitas en el Hospital de Santa Ana para la asistencia y curación de los indígenas, asistiendo él todos los días al Hospital. Fundó también dos hermandades para el Hospital de San Andrés. Agustín Salumbrino participaba en estas tareas de manera destacada por la formación y experiencia que tenía de trabajo en Milán y Roma. El padre Parra tuvo un largo gobierno hasta 1617. Este año el hermano Salumbrino conoce de la muerte de Rosa de Santa María, Santa Rosa de Lima, vecina de la Botica.

El sucesor de Parra como provincial del Perú en 1617 fue el padre Diego Álvarez de Paz. En su período estalló la epidemia de sarampión o viruela en el Virreinato. Agustín Salumbrino preparó las medicinas y dio las instrucciones a los hermanos jesuitas que salieron a distintos lugares para asistir a la población indígena. Expusieron sus vidas procuraron el alivio de las ampollas de pus, vómitos y fiebres.

Juan de Frías de Herrán asumió la dirección de la Provincia del Perú en 1620 hasta 1626. Agustín Salumbrino tuvo la dicha de participar en 1621 en las fiestas de canonización de los fundadores de la Compañía de Jesús Ignacio de Loyola y de Francisco Javier así como de la beatificación de San Luis Gonzaga,  su amigo y compañero . Herrán falleció en 1634 y su Carta de Edificación fue redactada por el jesuita Antonio Vazquez, el mismo que escribiera la de Agustín Salumbrino años después.

Al provincial Frías de Herrán lo siguió por un breve período el padre Gonzalo de Lira, ya de quebrantada salud, quien a su fallecimiento fue reemplazado en 1628  por Diego de Torres Vázquez.

Fue el padre Torres Vázquez el que como nuevo provincial de los jesuitas en el Perú recibió al nuevo virrey Luis Gerónimo de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón y su esposa Francisca Henríquez de Rivera. Esta fue la famosa Virreina, el primer personaje del más alto linaje español curada de malaria con la corteza de la quina. Torres Vázquez es nombrado por el Virrey como su confesor personal. La cercanía con la Compañía de Jesús bien pudo deberse a que la Virreina  por el lado materno, era sobrina del Duque de Lerma y tenía lazos familiares con Francisco de Borja quien llegó a ser Padre General de la Compañía de Jesús.   

  
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Desde su llegada a la ciudad y hasta su muerte treinta y siete años después, Salumbrino se hizo cargo también de las enfermerías del Colegio.

La enfermería principal se construyó en la última década del siglo XVI, poco antes de la llegada de Salumbrino. Constaba de varias edificaciones que daban a un amplio patio. Teniendo como base el plano más antiguo que se conoce del Colegio de San Pablo, de antes de 1624, y tomando en consideración las modificaciones introducidas por la construcción de la nueva iglesia en la tercera década del siglo XVII, dicha área debió ser la que hoy ocupa el denominado Patio Colonial de la antigua Biblioteca Nacional del Perú al que se puede ingresar por un zaguán con puerta al Jirón Ucayali. En la acera de enfrente se adecuó una casa para enfermería de los negros esclavos al servicio del Colegio de San Pablo.


                                                                         
Patio de la Enfermería de San Pablo
                   
En las primeras décadas de su estadía en San Pablo, Agustín Salumbrino frecuentó y tuvo bajo su cuidado la salud de grandes figuras de la orden, que lo son también de la historia de América. Religiosos de la Compañía de Jesús, españoles e italianos, que estudiaron, amaron y protegieron a las poblaciones nativas y a los esclavos. Misioneros que facilitaron la comunicación entre distintas lenguas y culturas. Antonio Ruiz de Montoya, defensor de los guaraníes en la provincia de Paraguay, Luis de Valdivia que escribió sobre la lengua araucana y abogó ante el rey de España para detener la guerra ofensiva contra esa antigua nación, Diego de Avendaño que denunció el comercio de esclavos como injusto, inmoral y que violaba los más sagrados derechos de la naturaleza, Alonso de Sandoval que atendía a los esclavos a su llegada a Cartagena y que los defendió a través de sus obras, Diego Gonzales Holguín, estudioso de la gramática quechua y autor del diccionario más completo que se haya escrito de esa lengua. 

En 1617 le tocó asistir en sus últimos días a personalidades jesuitas como el padre Esteban Paez, provincial que lo recibió, en 1622, al provincial Juan Sebastián de la Parra que lo introdujo a los hospitales de Lima, en 1626 a Ludovico Bertonio y a Diego Martínez, insignes conocedores de las lenguas nativas, en 1634 a Juan de Frías de Herrán, de largo servicio en Quito y rector de San Pablo que puso la primera piedra de la hoy conocida como iglesia de San Pedro en 1639, al rector de San Pablo y luego provincial Diego de Torres Vásquez, confesor del virrey Conde de Chinchón, y al historiador jesuita Juan Anello Oliva, quien dio significativas luces sobre el origen costeño de las civilizaciones en el Perú.

Salumbrino tenía a su cargo cuidar la salud de los estudiantes del Colegio Real de San Martín, lugar adonde asistían los hijos de las principales familias del virreinato, así como la de los seminaristas del noviciado jesuita en el pueblo de indios llamado Santiago del Cercado, próximo a la ciudad, que luego en 1610 se trasladó adonde ahora se encuentra la sede de la Universidad de San Marcos frente al actual parque Universitario.

La población de indios que vivía en El Cercado también era beneficiaria. Se encontraba bajo protección de la Compañía de Jesús, siendo el ingreso de los españoles restringido. Los jesuitas tenían una residencia allí y oficiaban de doctrineros.  Desde 1618 existía en ese pueblo una casa llamada de Santa Cruz en la que se acogía a los indios acusados de prácticas de hechicería, idolatría y curanderismo. Habían como sesenta recluidos.  Además de ser adoctrinados, trabajaban en telares para ayudarse en su sustento. La casa estaba a cargo del padre Pablo Joseph de Arriaga de la Compañía, que como procurador acompañó a Diego de Torres Bollo en su viaje a Roma, por tanto una persona familiar a Salumbrino.

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Los misioneros jesuitas fueron importantes fuentes de información para Salumbrino sobre la medicina nativa. Especial mención habría que hacer de Bernabé Cobo, quien durante varios años, de manera intermitente, vivió con Salumbrino en San Pablo y compartió con él la información médica obtenida de las misiones en que sirvió como las de Cusco, Juli y Arequipa.

En su admirable obra Historia del Nuevo Mundo, Bernabé Cobo resume el conocimiento sobre plantas medicinales nativas que circulaba en San Pablo durante la primera mitad del siglo XVII. Durante los varios años que Salumbrino trató a Cobo, intercambiaron conocimientos sobre plantas medicinales (ver Anexo 1 Vademecum Jesuita de Plantas Medicinales).

Cobo trata del árbol de las calenturas, con referencia al que luego se conocería con el nombre de quina. El término con el que lo designa nos hace recordar a Nicolás Monardes quien en 1578 al tratar de este árbol dice: Toman de ella (la corteza) como un haba pequeña hecha polvos, se toma en vino tinto o en agua apropiada, cuando tienen la calentura.

El famoso naturalista e historiador jesuita menciona que el árbol crece en la ciudad de Loja, diócesis de Quito, que es grande, tiene la corteza como de canela, un poco más gruesa y no muy amarga; la cual molida en polvos se da a los que tienen calenturas y con sólo este remedio se quitan.

Este dato debió provenir de los jesuitas en Quito, actual capital del Ecuador. En 1574 llegaron a esa entonces pequeña villa los primeros religiosos de la orden. Entre los varios destacados jesuitas que sirvieron allí y que bien pudieron ser las fuentes de donde se conoció del árbol de la quina de la ciudad de la Inmaculada Concepción de Loja, están Juan de Frías de Herrán, Diego González Holguín y el propio Diego de Torres Bollo, procurador que como sabemos reclutó a Agustín Salumbrino en Roma.

Cobo hace mención a más de cien plantas nativas medicinales anotando sus propiedades curativas, entre ellas la quinua como antiinflamatorio, la maca para la fertilidad, la chicha o bebida del maíz para los riñones y vejiga, las raíces del cuchucho como revitalizante, la coca para el asma, ronquera de pecho, digestión, dolor de muelas y diarreas y de muchas otras sobre las que damos cuenta en el Vademecum.



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Los jesuitas se destacaron por explorar el Nuevo Mundo. Empezaron por estudiar el idioma de los pueblos en que hacían misión. Aquí les llama la atención  cómo los nativos le dan un nombre a cada planta sin importar su provecho. Los jesuitas José de Acosta, Ludovico Bertonio y Bernabé Cobo hicieron notar en sus obras la importancia que tenían las plantas por sí. Lo propio puede decirse del padre Diego Gonzales de Holguín, compañero de Bertonio en la misión de Juli y que escribió el diccionario más completo de la lengua quechua publicado en Lima en 1608. Trutmann y Luque en su ponencia Los Hongos Olvidados del Perú destacan que Gonzales de Holguín en su diccionario hizo la descripción más completa de los hongos nativos en su época.                         
En el siglo XX el padre Jaime Madden de la congregación Maryknoll celebrando una misa bajo códigos culturales aymara, siguiendo la pauta jesuita de inculturación del Evangelio
                             



La Compañía de Jesús sintonizó bien con la población nativa, procurando encontrar afinidades y coincidencias con la espiritualidad y medicina andina o al menos acercándose lo más posible a los códigos culturales de estas primeras naciones. Prueba de esto es el interés que pusieron en aprender sus idiomas y la positiva inculturación del Evangelio en estas culturas y de estas en el cristianismo en el Perú. El encuentro entre Europa y América suscitó sin duda muchos conflictos sin embargo dio origen a un progresivo proceso de unidad. Los jesuitas fueron pioneros. A la Iglesia oficial le tomó siglos aceptar estas aproximaciones. Fue recién en la década de los sesenta del siglo XX en el Concilio Vaticano II que los católicos finalmente aceptamos que no éramos los dueños de los únicos códigos de comunicación con lo Divino. Dios había estado siempre más allá de las palabras, el idioma, los rituales, las distintas religiones y los colores de la piel.  

Los jesuitas estuvieron expuestos a acusaciones de querer ir más allá de lo que el dogma oficial y las jerarquías civiles y eclesiásticas estaban dispuestas a tolerar en estas materias. En India, China y América los jesuitas se adaptaron a las costumbres nativas, que incluían rituales, la llamada Política de Acomodación; considerándolos compatibles con el cristianismo. Lo mismo no ocurrió con otros importantes sectores del clero católico aferrado al dogma romano, susceptible a todo lo que fuera distinto. 

La medicina misionera y la corteza del árbol de quina consiguieron para la Compañía de Jesús uno de sus mayores logros en el Asia. En efecto, a los pocos años de la muerte de Salumbrino, a fines del siglo XVII, dos sacerdotes jesuitas franceses curaron con los polvos de la quina al célebre emperador chino Kangxi afectado por la malaria. En agradecimiento se le abrió a la Compañía de Jesús la posibilidad de instalarse en la ciudad sagrada de Beijing. 


Esta manera de conducir la evangelización con el tiempo jugaría en contra de los jesuitas. En el Dictamen Fiscal de Pedro Rodriguez de Campomanes del 31 de diciembre de 1766 que sustentó la Pragmática Sanción del 2 de abril de 1767 de Carlos III expulsando a los jesuitas de todos sus reinos se acusa a estos, en particular a los de Perú, Santa Fe, Quito y Chile de ser proclives a los indios y condescendientes con sus ritos supersticiosos. En el caso de Chile, el fiscal pone como ejemplo la tolerancia al ceremonial de curación que los indios mapuches o araucanos llamaban del machitun. Denuncia el Dictamen que esta es la misma práctica que la Compañía de Jesús justificaba en sus misiones en la China e India.

El machitún era un ritual de sanación de los indios mapuches que giraba en torno al árbol sagrado del canelo (Drymis winteri) plantado al lado de la casa del curandero o servidor del canelo. El árbol y una de sus ramas le servían para comunicarse con las energías naturales, en los tres mundos, y enfrentar a los espíritus malignos que causaban la enfermedad al paciente. 

La expulsión de los jesuitas, con el consiguiente cierre de la Botica de la ciudad de Lima y el fin de la medicina misionera de la Compañía de Jesús infringió un grave daño a la salud pública del Virreinato, al desarrollo de una medicina que se nutría del conocimiento nativo y sobre todo a la práctica de la compasión hacia los enfermos y a los débiles sin discriminaciones. 

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Agustín Salumbrino se fue relacionando con la población de Lima de varias maneras, antes de fundar su famosa Botica. Con los médicos y cirujanos que le encargaban la preparación de medicamentos, con el pueblo en general, incluidos indígenas y esclavos, a través de sus visitas a los hospitales y enfermerías, por el suministro de medicinas gratuitas a los misioneros jesuitas así como por la atención que les dispensaba sea en San Pablo o yendo a sus hogares.  Con los virreyes y máximas autoridades de gobierno civil y eclesiástico, pues estas iban a la enfermería a visitar a algunos sacerdotes enfermos o que ya se encontraban en agonía o simplemente a aprovisionarse de un remedio con la garantía que estaba preparado por el experimentado hermano llegado de Italia.

 La conexión de Agustín Salumbrino con Santa Rosa de Lima merece una mención aparte. Son varios los indicios: la frecuencia con la que asistía la santa a la iglesia en el Colegio de la Compañía de Jesús, su relación con sacerdotes jesuitas, su vecindad con la Botica, con el médico del Castillo. Asimismo el ejercicio de la medicina misionera por parte de Santa Rosa distribuyendo a los enfermos medicinas, limosnas, presumiblemente adquiridas en la Botica. Y su enfermedad. Este caso particular nos abre una perspectiva mayor sobre la medicina misionera; en ésta los protagonistas principales no son solo los que prestan asistencia a los enfermos sino también los enfermos mismos, no existe una línea definida entre la ayuda corporal y la espiritual, el milagro y la curación se confunden así como el diagnóstico y la profecía.     

El estudio de la vida de Santa Rosa desde este punto de vista enriquecería  el concepto de la medicina misionera y nos ayudaría a descifrar este vínculo entre Santa Rosa y Agustín Salumbrino.
 
En este marco más amplio de lo que comprende la medicina misionera encontramos los siguientes casos ocurridos estando Salumbrino en vida:

En una ocasión, fue a visitar a un joven que estaba gravemente enfermo y desahuciado por los médicos. Fue llevado por un sacerdote que era tío del joven. Salumbrino lo examinó le tomó el pulso y concluyó que no moriría. La anécdota es interesante pues muestra que en la ciudad se recurría a Salumbrino  cuando ya los médicos se habían rendido. Lo mismo ocurrió, cuenta su biógrafo, con un estudiante del Colegio de San Pablo por quien habían perdido toda esperanza de que viviera.

En otra oportunidad no le quedó sino dar eficaz consuelo. Unos esposos muy dolidos por la muerte de dos de sus hijos el mismo día rogaron a Salumbrino, a quien tenían por santo, que los resucitase pues podía tanto con Dios. Él se limitó a consolarlos diciéndoles que Dios les daría un hijo ese año y otros más adelante. Según narra su biógrafo, todo se cumplió; razón por la que se le atribuía también el don de la profecía.


La enfermería del Colegio carecía de botica. Formarla fue una de las primeras tareas de Salumbrino. Con este propósito empezó a sembrar plantas medicinales, para lograr en lo posible auto abastecerse,  acopiar especies nativas, así como a construir la infraestructura para un laboratorio y hacer fabricar o adquirir equipos de farmacia. Las condiciones estaban dadas para que hiciera su aparición  la quina en los anaqueles de la Botica abierta a toda la ciudad de Lima.

Bibliografía del Capítulo 8

En adición a la hagiografía de Agustín Salumbrino en este Capítulo 8 hemos recurrido a la siguientes fuentes complementarias:


-EXPEDIENTE DE LA VISITA DE LOS JESUITAS AL HOSPITAL DE SANTA ANA, 1591-1602; colección privada

-LUDOVICO BERTONIO, Vocabulario de la Lengua Aymara, 1612, transcripción, La Paz, 1993

-BERNABÉ COBO, Historia del Nuevo Mundo, Tom II, Madrid, 1956

-CRÓNICA ANÓNIMA DE 1600, en La Utopía Posible, Tomo I, de Manuel M. Marzal.

-BERNABÉ COBO, Historia del Nuevo Mundo, estudio preliminar y edición del padre Francisco Mateos, Madrid 1956

-TIBOR GUTIERREZ, El "Machitun": rito mapuche de acción terapéutica ancestral, Santiago de Chile, 1985 

-DOCUMENTO XIII, TESTIMONIO DE LAS SENTENCIAS DE LA VISITA DE IDOLATRÍAS, publicado por Juan Carlos García Cabrera en Ofensas a Dios, pleitos e injurias, Cusco 1994

-PEDRO RODRÍGUEZ DE CAMPOMANES, Dictamen Fiscal de Expulsión de los Jesuitas de España, edición de Jorge Cejudo y Teófanes Egido, Madrid 1977

-ENRIQUE TORRES SALDAMANDO, Los Antiguos Jesuitas del Perú, Lima 1882

-LUIS A. EGUIGUREN, Diccionario Histórico Cronológico, Tomo II, Lima, 1949

-RUBÉN VARGAS UGARTE S.J. Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, Burgos, 1963

-JUAN ANSIÓN, El Árbol y el Bosque en la Sociedad Andina, Proyecto FAO/Holanda/INFOR, Lima, 1986

-INSTITUTE OF MEDICINE, Malaria: Obstacles and Opportunities, Washington 1991

-LUIS MARTÍN, La Conquista Intelectual del Perú, España 2001

-MARTA E. HANSON, Jesuits and Medicine in the Kangxi Court (1662-1722), en el Pacific Rim Report Número 43, Universidad de San Francisco, California, Julio 2007

-BENJAMIN LEE WHORF, An American Indian Model of the Universe en Language, Thought and Reality, Massachusetts Institute of Technology, 2012

-PETER TRUTMANN y AMARILADA LUQUE, Los Hongos Olvidados del Perú, VI Congreso Nacional de Investigaciones en Antropología Perú, Puno, octubre 2012

-COMMITEE ON DOCTRINE, UNITED STATES CONFERENCE OF CATHOLIC BISHOPS, Guidelines For Evaluating Reiki as an Alternative Therapy.

-ERNST HEMPELMANN, KRISTINE KRAFTS, Bad Air, Amulets and Mosquitoes, Malaria Journal 2013




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